FANTASMATA

Fantasmata y el paisaje como objeto de deseo.
En realidad solo vemos los paisajes que deseamos ver.

Joan Nogué

Fantasmata es un término proveniente de la teoría Aristotélica que trata sobre la memoria, la imaginación y los distintos niveles de conocimiento del mundo, y refiere específicamente al entendimiento pasivo de la realidad a través de los sentidos. Fantasmata define entonces aquellas imágenes sensibles –no sólo visuales– que recibimos y asimilamos por medio de la sensación y la experiencia, anteriores a la elaboración de los conceptos o ideas.

Imagen sensible de la naturaleza, primero, y transformación en objeto construido, conceptualizado y contenido, después, resume bien el proceso de creación de toda representación paisajística. En efecto, tal como lo recalca Alain Roger, el territorio es el grado cero del paisaje; la naturaleza es la materia prima con la que construimos estéticamente y culturalmente aquella idea de paisaje. Mas, naturaleza y paisaje no son sinónimos. De hecho, lo sublime  y pintoresco en la tradición romántica del paisaje en busca de la exaltación e idealización de la naturaleza contribuyó a la confusión conceptual que perdura hasta la fecha entre paisaje y naturaleza. Es decir, si bien la experiencia paisajística es percepción y entendimiento pasivo de la naturaleza, en el que intervienen la sensibilidad, la memoria y la imaginación es también y sobre todo, una construcción cultural y un proceso conceptual elaborado con modelos estéticos previamente asimilados y aprendidos.

El traspaso de la imagen mental del territorio a la producción estética –creación de un paisaje– es realizado en este proyecto por Josefina Astorga a través del medio fotográfico y asimismo, gracias a una suma de estrategias visuales y decisiones formales que evocan la historia del género paisajístico tanto en las Bellas Artes como en los medios de comunicación.

Fantasmata está compuesto por treinta ampliaciones fotográficas sobre papel, de formato vertical y tres de formato apaisado impresas sobre tela. Dichas características formales, tanto de soporte como de montaje, refieren tanto a una experimentación en cuanto a material, como a un cruce con las diversas representaciones culturales y estéticas del paisaje. En efecto, por un lado las impresiones sobre papel de algodón aluden visualmente a la pintura acuarela, por el otro, los marcos de madera redondeados y de color cobre envejecido recuerdan la estética vintage de la fotografía familiar exhibida en el ámbito doméstico. Por último, la opción por la lona perforada con ojetillos metálicos, dialoga tanto con el artefacto industrial como con la tradición pictórica.

Los paisajes de Fantasmata no responden en estricto rigor a la representación tradicional del género paisajístico, entendido como porción o vista de una vasta extensión de terreno y aún menos como naturaleza grandilocuente. Escasean aquí las vistas generales, las líneas de horizontes, los puntos de fuga y las delimitaciones de planos, estrategias de composición espacial propias de un género que fue inventado a la par con la perspectiva euclidiana y que daba cuenta del, por entonces, moderno y antropocéntrico dominio sobre el territorio. En cambio en este proyecto, abundan los planos cercanos, cuya falta de nitidez en los detalles tampoco permite la analogía con el estudio botánico. Predominan aquí el desorden y la ausencia de referencias espaciales de un lugar que reconocemos como selvático, una atemporalidad propia a la naturaleza y una borrosidad que recuerda las imágenes mentales. Los colores y atmósferas se alejan de un naturalismo riguroso y una exhaustiva descripción, destacando tonos sepias, azulados, ambientes brumosos, reflejos y resplandores, logrados gracias a operaciones de “auto-boicoteo” de la artista, tanto azarosas como voluntarias. Esto por ejemplo, a través de veladuras al negativo, uso de películas vencidas y revelados químicos de bajo presupuesto en laboratorios análogos sobrevivientes a la era digital en algún pueblo perdido que llenan la imagen de imprecisiones cromáticas y fallas de manual de fotografía. Los paisajes registrados aquí, más que descriptivos, son evocadores de ensoñación y de la idea misma de paisaje.  Y recordamos con ello que el paisaje es ante todo una imagen, mental o materializada, que podemos extraer de su contexto y atesorar.

El paisaje no existe, bien los saben artistas, fotógrafos y cineastas que han sabido reinventarlo constantemente. También lo vislumbran turistas y viajeros que no han dejado de desearlo, buscarlo y percibirlo; siendo por cierto este deseo de paisaje aprovechado por la industria del turismo para hacernos anhelar aquel otro lugar. El paisaje es entonces, por extensión, una representación que siempre permite proyectarnos. En el ámbito doméstico, el paisaje fotografiado de algún viaje pasado, se convierte en recuerdo atesorado, en la tradición pictórica refiere a un objeto estético para la contemplación y divagación. En la memoria colectiva, los paisajes son objetos -a la vez que contenedores- de deseo, son emblemáticos de la búsqueda de exotismo y anhelos de escapismo, invitando siempre a la proyección y al reencuentro idílico con el paraíso perdido. Y es justamente toda esta carga conceptual, afectiva y metafórica, lo que Fantasmata nos invita a recordar.

Nathalie Goffard